Jorge Calero es dramaturgo y director, desde 2013, de Voyeur Teatro, un grupo cruceño que ha logrado crear su propio lenguaje escénico con propuestas originales en las que es reconocible su sello personal.
El cruceño participa en la décimo cuarta versión del Festival Internacional de Teatro “Santa Cruz de la Sierra” con tres obras: “El ring de las maravillas”, que ya fue presentada; “La última fiesta”, que estará en cartelera este 16 de mayo en la Casa Municipal de Cultura; “HDP”, que el 17 de mayo será exhibida en el teatro de la AECID.
Coméntanos sobre “El ring de las maravillas”.
Es un proyecto que surgió a partir de una invitación de las actrices Alejandra Quiroz y Cintia Cortés, del grupo Ojo de Mono. Ellas querían explorar una nueva dirección. Les llamó la atención mi trabajo y así comenzamos, inicialmente a distancia, y luego con un proceso intenso de trabajo presencial que derivó en la obra “El ring de las maravillas”.
¿Cómo fue el proceso creativo de esa obra? ¿Partieron de alguna idea en particular?
Partimos desde cero. Al principio indagamos mucho, tuvimos muchas charlas buscando una historia. No recuerdo exactamente cómo, pero surgió la idea de las cholitas luchadoras, las cachascanistas. Les propuse explorar ese universo. Curiosamente, ellas inicialmente dudaron, cuestionándose por qué deberían interpretar a cholitas o usar polleras, lo que nos llevó a una reflexión sobre la apropiación cultural y la identidad boliviana, temas que se volvieron motores temáticos de la obra. Para abordar esto, decidimos situar la historia en un futuro, en el tricentenario de Bolivia. La obra tiene una estructura que, aunque pueda parecer caótica, se une conceptualmente, haciendo alusión al «Retablo de las maravillas», de Cervantes, donde el ring de lucha libre se convierte en un espacio en el que, al igual que el teatro, todos saben que es una mentira, pero sucede. Así, la identidad como representación, la lucha libre como mecanismo interpretativo y el cuestionamiento sobre el uso de la pollera se entrelazaron. La obra es un viaje en el tiempo, casi de ciencia ficción, que también incluye las experiencias de las actrices en su investigación sobre el mundo del cachascán.

Suena a una propuesta con múltiples capas, ¿hay muchos personajes en escena?
En la historia hay varios personajes, pero son dos actrices que se interpretan a sí mismas y a dos personajes del futuro: la Manca y la Muda. Es un juego de metateatro muy divertido, un ir y venir constante.
La ciencia ficción en el teatro no es algo tan explorado, ¿cómo abordaron ese desafío?
Es cierto, no se ha explorado mucho. Existe una complejidad en cómo hacerlo verosímil sin caer en la caricatura. Jugamos con esa línea, con un humor irónico, sin pretender hacer una parodia del futuro. Nos ayudó mucho la idea de la narratividad y el concepto del retablo: no mostramos el futuro, lo narramos, permitiendo que el espectador lo proyecte en su imaginación. Además, como suele decirse, la ciencia ficción a menudo habla más del presente que del futuro, y eso está presente en la obra, reflexionando sobre la posible desaparición del teatro en ese futuro y la performatividad de la identidad.
Mencionas el humor, ¿cómo describirías el tono general de la obra?
Aunque hay muchos momentos cómicos y la gente se ríe bastante, no es una comedia pura. Diría que es más comedia que drama, pero tiene una línea argumental oculta que el espectador debe descubrir, lo que la aleja de ser solo comedia. Podría ser una tragicomedia, pero no hay momentos de drama intenso.
Esta obra ya ha tenido presentaciones anteriores, ¿cómo ha evolucionado?
Ha evolucionado mucho. Inicialmente era muy larga, duraba dos horas, así que ha sido recortada y pulida. Tiene una vertiente textual importante y otra muy corporal, y hemos ido afinando la relación entre ambas, así como la conexión con el público. Estuvimos en Chile, en Antofagasta y Calama, con una función al aire libre para más de mil personas, y a pesar de ser una obra con mucho texto y referencias bolivianas, el público se enganchó muchísimo. Recientemente la presentamos en La Paz con muy buena recepción también. Los cambios principales han sido en afinar las escenas para que la historia se entienda mejor y pulir los mecanismos de narración y la creación de imágenes.
Pasemos a otra de tus obras, «La última fiesta». ¿Qué nos puedes contar de ella?
«La última fiesta» es un proyecto diferente. Es un texto de Óscar Zambrano que, en 1989, estrenó CasaTeatro. Lo encontramos durante una investigación sobre dramaturgia cruceña y nos pareció potente y actual, a pesar de sus 35 años. Quería montarlo y surgió la idea de reunir a un grupo de artistas invitados con los que teníamos ganas de trabajar, incluyendo standuperos, una cantante, un sonidista, una amiga audiovisual y actores más jóvenes, ya que en Voyeur solemos trabajar entre nosotros. La obra es muy pertinente para este Bicentenario nacional, ya que los actores están en una fiesta que se intercala con relatos de la historia boliviana desde la revolución de 1952 hasta 1990. El texto es lúdico y pasa de un momento a otro, revisando momentos clave de la historia de forma graciosa y provocadora. Toca temáticas que siguen vigentes, como el regionalismo o los incendios forestales, siendo un texto muy crítico sobre Bolivia.

Siendo un texto de época, ¿han realizado adaptaciones?
Sí, hemos trabajado mucho en base a la improvisación sobre las situaciones que Zambrano planteaba. Algunas escenas muy de la época, con referencias que incluso René Hohenstein, su director original, ya no recordaba; las hemos borrado o transformado. Sin embargo, montamos la obra como si ocurriera en los 90, pero asegurándonos de que sea digerible para el público actual. El vestuario es más anacrónico, pero sí cuidamos detalles como la música de la época. Algo muy bonito es que Rosendo Paz, quien actuó en la versión original de 1989, ahora interpreta al personaje del «autor» con el que hablaba en aquella versión.
Finalmente, háblanos de «HDP», la tercera obra.
«HDP» es la obra más actual de Voyeur. Nació de una experiencia real: dos compañeros actores fueron detenidos por la policía al encontrarles una pistola de utilería después de una función. Los llevaron a la carceleta, los extorsionaron pidiéndoles dinero para liberarlos. Pasaron la noche allí y, aunque lograron salir, se abrió un proceso con jueces y fiscales. La obra utiliza el teatro documental; no hay personajes, somos nosotros tres haciendo autorreferencia de lo que sucedió esa noche, apoyándonos en visuales, documentos, videos y fotografías. Es un juego con la no ficción. La obra fue escrita por los tres, incluyendo a los dos actores que vivieron el suceso, por lo que hay mucho de crónica en el texto.
Se comenta que la gente sale de la sala muy impactada, ¿esperaban esa reacción?
Sí, porque lo que vivieron los chicos fue impactante para ellos. Nuestro objetivo era transformar esa sensación para que el público pudiera sentirla. Trabajamos mucho el aspecto personal de la experiencia a nivel visual, de imágenes, y para que el relato se transformara desde la palabra, la imagen, la luz y el movimiento corporal. La obra también ha madurado; inicialmente, cuando empezamos a crearla, el caso legal de los chicos aún no había terminado y se fue cerrando durante el proceso de creación, lo que influyó en la narrativa. Contamos con la ayuda de abogados y una psicóloga para entender y llevar el espectro de la experiencia a escena. Algo que no esperábamos tanto fue la gran empatía del público; casi todos los que salen nos cuentan que vivieron algo similar con la policía.